
Guillermo Echegaray, doctor en Filosofía por la Universidad
de Navarra y licenciado en Psicología por la Universidad
Gregoriana de Roma, recibe en su consulta, un espacio pintado
de colores alegres, a un número creciente de niños
y niñas, adolescentes, padres, madres, solteros, divorciados
o viudos que acuden en busca de ayuda. Personas que toman la
decisión de recurrir a un especialista capaz de ofrecerles
herramientas con las que solucionar conflictos. O sencillamente
que precisan de un apoyo para desenvolverse en una sociedad
demasiado exigente.
Crecer siempre significa perder la inocencia y, en cierto modo,
hacerte culpable
La
evolución social ha desdramatizado la visita al psicólogo,
hasta hace no mucho un asunto tabú. Se ha terminado
con la idea de que solicitar su ayuda es signo de debilidad
o una práctica limitada a quienes padecen una alteración
seria en su equilibrio mental. Según Echegaray, este
hecho se enmarca en una sociedad en la que las personas quieren
ser sujetos activos de sus propios cambios y se resisten a
que el azar, el paso del tiempo o la resignación marquen
su desarrollo personal.
¿Por
qué y cuándo hay que sopesar la conveniencia
de acudir a un psicólogo?
Por
lo general, cuando una persona toma la decisión de
pedir ayuda para encauzar su vida o siente la necesidad de
estar acompañado para resolver un problema lo hace
como consecuencia de un detonante que le está advirtiendo
de que algo no funciona, algo no va bien en su vida. Puede
ser una ruptura, un duelo, un malestar o una depresión.
Pero eso sólo es la punta de un iceberg cimentado en
conflictos sin resolver. Un psicólogo ayuda a solucionar
problemas haciendo de guía en su encuentro y en la
puesta en marcha de soluciones. Un psicólogo no te
dice lo que tienes que hacer, puede ayudar a hacerte preguntas
y a acompañarte en el camino mientras las resuelves.
Se
trata de confiar en una persona algo tan delicado como es
el bienestar psicológico. ¿Cómo podemos
tener la garantía de que el profesional puede ayudarnos?
El
psicólogo no está libre de dificultades, conflictos
e inmadurez, pero lo importante es que estas debilidades no
influyan en el encuentro psicólogo-paciente, ni condicionen
la terapia. Esto es clave para todos aquellos que trabajan
ayudando a los demás. Sea cual sea la profesión,
cada vez se hace más necesario facilitar espacios de
diálogo mutuo entre profesionales en los que se supervise
el propio trabajo. En el caso de los psicólogos hay
que estar alerta y se trata de no acomodarse: el psicólogo
no está inmunizado ante los problemas que ayuda a resolver
y, a su vez, no puede convertirse en un ser impermeable al
desarrollo psicológico de una sociedad y de sus conflictos.
En
la actualidad, colegios, empresas, servicios públicos
de salud y otras instituciones disponen de psicólogos
para alumnos, trabajadores o pacientes. ¿Por qué
esa necesidad? ¿Es preventiva o es facultativa?
Ambas
a la vez. Tenemos que partir de la idea de que la estructura
de la sociedad actual es líquida y los valores son
menos sólidos. Antes, una persona sabía lo que
tenía que hacer desde que tenía 18 años.
Los roles sociales eran fijos: si eras mujer, encontrabas
un novio, te casabas, cuidabas de los hijos y del hogar; si
eras hombre, lograbas un trabajo, una mujer que te daba hijos
y sabías cómo funcionar. Pero la sociedad actual
se encuentra con estructuras y valores más numerosos
y variados, que implica un aumento enorme de posibilidades
que deriva en decisiones. Esto indudablemente deja a la persona
más libre, pero también más confusa ante
los pasos que debe dar en la vida.
Parece
que muchas respuestas tienen su origen en la familia.
La
familia es un sistema del que no podemos librarnos. No hablo
de institución, hablo de sistema. Todos somos hijos
de un padre y una madre, todos, y ese hecho lo llevamos inherente
a nuestra persona y nos condiciona. Es algo que no depende
de la voluntad, ni del conocimiento, ni de la educación,
ni de factores externos. Es algo que llevamos inscrito en
el interior. Cada persona tiene dos padres, cuatro abuelos,
ocho bisabuelos. Venimos de un sitio. Este hecho repercute
en nuestra vida más de lo que podemos pensar, y en
ocasiones, más de lo que creemos que nos influye.
¿Y
los hijos de familias monoparentales?
Tienen
un padre biológico. Eso está inscrito en sus
genes. Es algo que no puede negarse. Sucede también
con los hijos adoptados: una fuerza profunda les lleva a buscar,
de alguna manera, a sus padres biológicos.
¿Es
consciente de que este pensamiento puede ser muy discutido,
más ahora cuando comienzan a emerger nuevas formas
de familia?
Una
cosa es cómo debe organizarse y reconocerse la familia
como institución. Ahí no voy a entrar, no soy
sociólogo ni político. Pero no se puede negar
un hecho cierto y rigurosamente científico: el ser
humano es resultado de la fecundación de un óvulo,
pero de ese óvulo, no de otro; y de un espermatozoide,
de ese espermatozoide y no de otro. Cada ser recibe 46 cromosomas,
23 de la madre y 23 del padre. A nivel psíquico la
persona está insertada en ese origen. Lo conozca o
no. Admitir esto y trabajar desde ello tiene que ver con la
solución de muchos problemas.
¿En
qué se traduce todo esto?
En
principios. Los que son anteriores tienen preferencia sobre
los que son posteriores. Los padres dan y los hijos toman.
Los padres son grandes y los hijos pequeños. Dicho
así puede resultar simple, pero en muchas ocasiones
te encuentras problemas que tienen que ver con que los hijos
se han creído superiores a los padres, o con que no
se ha respetado que hubo alguien anterior que ocupó
un determinado sitio en el sistema.
¿Por
qué es tan importante la infancia en la psique de una
persona?
Un
niño lo absorbe todo. Conforme nos hacemos adultos,
nuestras estructuras se vuelven más rígidas,
pero la mente de un niño no tiene límites, está
abierta. Los semiólogos afirman que un bebé
está capacitado para poder pronunciar todos los sonidos
de todas las lenguas del mundo. A medida que transcurren los
días esta facultad queda limitada, y cuando cumpla
cinco años le será bien difícil pronunciar
perfectamente los sonidos de, digamos, el croata, si ésta
no es su lengua materna. Algo parecido ocurre a nivel psicológico.
El niño, cuando nace, puede absorber todos los mensajes
y los impulsos. Esto le hace muy vulnerable, y por eso lo
que sucede en la infancia tiene mucha más fuerza que
lo que sucede cuando se es mayor.
En
situaciones normales, un niño vive protegido por su
familia, sus padres velan para que no haya problemas, ¿por
qué estas dificultades son inevitables?
El
niño desprende mucho amor hacia su familia, lo daría
todo por sus padres. Eso le lleva a estar desprotegido ante
la maldad y ante el dolor, voluntario o involuntario. No sabe
salvaguardarse. Por ejemplo, antes de los ocho o diez años
un niño es incapaz de elaborar un duelo. No tiene los
recursos para llorar la pérdida de su padre o su madre,
para conocerla y asumirla. Esto provoca que en la vida adulta
aparezcan dificultades de muchos tipos. No es raro que padezca
lo que se llama "el movimiento interrumpido hacia los
padres". Era tan duro aquello que vivió que es
incapaz de acercarse interiormente al padre o la madre que
murió. Cuando no puedes tener bien a tu padre o a tu
madre en tu vida te falta una fuente vital esencial.
Dice
que el niño daría todo por sus padres, ¿hasta
qué edad es sano que esto suceda?
No
es sano nunca, pero es así. El niño piensa:
"por favor que no le pase nada a papá o a mamá,
prefiero que me ocurra algo a mí, prefiero estar yo
enfermo a que lo estén ellos". El niño
que mantiene ese pensamiento, que lo interioriza más
allá de la infancia, altera los principios: se pone
por encima de los padres, y no se ajusta al hecho de que los
padres dan y los hijos toman. A veces sucede que un hijo o
una hija decide no disfrutar de la vida como compensación
a un problema. Mantienen aquella fórmula mágica
que le sirvió de pequeño: "si se cura mamá,
no saltare más encima del sillón". La mamá
se curaba. Y estas formulaciones son más habituales
e influyen más de lo que pudiera pensarse. No estoy
hablando de cosas raras ajenas a la vida cotidiana: un hijo
o una hija en compensación decide no casarse, o fracasa
en los estudios, o se da a la bebida. Es un tipo de compensación
mágica extraña, porque no ayuda a nadie, pero
se da. Por cierto, esto mismo sucede en las organizaciones
empresariales.
Volvamos
a la familia. ¿Cómo se mantiene el equilibrio
padres-hijos cuando el niño crece?
En
las familias hay dos conceptos que están íntimamente
relacionados: la inocencia y la culpa. No acabamos de darnos
cuenta del peso que ambos tienen en nuestra manera de vivir
en los grupos y, en concreto, en la familia. Cuando pertenecemos
a un grupo lo hacemos con un profundo sentido de inocencia.
No hablo de inocencia y culpa en un sentido moral. Es algo
distinto. Pensemos en el adolescente que fuma. Con respecto
al grupo de adolescentes que fuma ese chico se sentirá
inocente; pero de cara a sus padres que ven el peligro de
fumar se sentirá culpable. No fumar en medio de un
grupo de adolescentes fumadores significa de alguna manera
traicionarlos. Un hijo siempre quiere preservar su inocencia
ante sus padres, pero manteniéndose inocente no crece.
Crecer siempre significa, de alguna manera, hacerte culpable:
no responder a expectativas, frustrar deseos, independizarte...
Al final, siempre se darán situaciones que generan
daño.
¿Tanto
miedo se tiene a sentir dolor?
Más
que del dolor, esta sociedad maneja muy mal la frustración.
Aunque quede mal decirlo determinada psicología de
la autoestima está siendo perjudicial. Creer que a
un niño no se le puede frustrar porque se le puede
herir en su autoestima lleva, a veces, a evitarle cualquier
sufrimiento y a no enfrentarle a su responsabilidad. Esto
genera niños débiles e incapaces de superar
los obstáculos. Estamos creando niños consentidos
y cuando crecen quieren seguir estando consentidos. Si a esto
se suma cierto celo excesivo en los primeros años de
la vida el resultado es una situación artificial de
protección. Es inevitable que un niño sufra
desencuentros, frustraciones, correcciones. Es la vida.
¿Cómo
se les ayuda entonces a crecer felices?
Estando
con ellos y queriéndoles. A ellos, a lo que son, desde
nosotros, desde lo que somos. Si los padres y madres lo hicieran
todo perfecto, cumplieran sin errores un guión ideal,
crearían marionetas que se mueven por hilos. Hay que
equivocarse y sufrir porque esto proporciona el elemento de
superación.
Enviado por Dr. José Manuel Ferrer Guerra
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