Hace
un año que George Lucas, el director de La guerra de
las galaxias, descolgó el teléfono y pidió
que le pusieran con un laboratorio cercano a Pisa, en Italia.
Había oído hablar de una mano que allí
se estaba desarrollando parecida a la del héroe Luke
Skywalker. Quería saber cómo era esa mano. Y sí,
la mano existe. Aunque, plantada sobre su tapete verde, y con
sus cinco dedos apuntando al techo, la cyberhand recuerda más
a la de C3PO, el cyborg despistado de la serie espacial. Esta
prótesis en desarrollo es uno de los proyectos estelares
de Neurobotics, programa vanguardista y multidisciplinar en
el que la neurociencia se da cita con la robótica. Una
iniciativa que ha convertido su sede, Polo de Sant'Anna, un
antiguo almacén de Vespa, en vivero europeo del hombre
biónico.
Hombre en parte máquina, en parte humano. Hasta hace
poco, puro mito. Pero la ciencia avanza a ritmo galopante y
ya acaricia soluciones que solían ser material para guiones
de Robocop y Terminator. El ojo biónico para el ciego,
el brazo biónico para el amputado, el chip que devuelve
la operatividad al tetrapléjico: en los últimos
meses se han sucedido los anuncios de nuevas conquistas en la
capacidad del hombre para reconstruirse a sí mismo. Integrando
la máquina en su propio cuerpo. Sustituyendo neuronas
por chips, nervios por cables. El hombre biónico se abre
paso en el escenario de la próxima gran revolución
tras las computadoras e Internet: el advenimiento del universo
robot.
Ramón
Sampedro abre su e-mail, maneja un brazo robótico con
la mente y se pone de pie. Ray Charles anda por la calle sin
chocarse con los viandantes. Beethoven escucha a la orquesta
ejecutando su Quinta sinfonía. ¿Ciencia-ficción?
Sí, porque estos tres hombres ya no están aquí.
Pero aquellas personas con tetraplejia, ceguera y sordera
podrían tener acceso a soluciones insospechadas en
un plazo de 10 años. Eso dicen los científicos
que están en la primera línea. Diez años.
Hay
600 millones de personas en el mundo que sufren algún
tipo de discapacidad.
Jesse
Sullivan, de 60 años, electricista. Electrocutado en
accidente de trabajo en 2001. Pierde los dos brazos. Nunca
pensó que podría volver a afeitarse por sí
mismo. O ponerse los calcetines. El brazo biónico desarrollado
por el Instituto de Rehabilitación de Chicago le ha
devuelto esa posibilidad.
Le
llaman el hombre biónico. Biónico porque con
él se ha conseguido un hito: conectar sus nervios con
electrodos. Permitir que su prótesis sea algo directamente
controlado por su cerebro. Piensa en agarrar un vaso y lo
agarra. El sueño de la integración total del
hombre y la máquina.
Con
una prótesis como las hoy disponibles en el mercado,
el paciente debe pensar en contraer un músculo para
que un brazo eléctrico acabe ejecutando su orden. No
piensa en que tiene que agarrar el vaso. Piensa en que tiene
que contraer el bíceps.
La
clave de este salto, presentado al mundo el pasado mes de
septiembre con la presencia del electricista Jesse Sullivan
y la ex marine Claudia Mitchell, consiste en redirigir los
nervios que antes controlaban el brazo a la zona del pecho.
Allí entran en contacto con los electrodos del brazo
biónico. Cuando Sullivan piensa en cerrar la mano,
el nervio que le hacía cerrar la mano hace que los
músculos de su pecho se contraigan. Los sensores allí
situados dan la orden a la mano para que se mueva.
Ya
lo han probado seis pacientes. Tan sólo uno lo rechazó.
Aún
quedan obstáculos por vencer con estas tecnologías.
La biocompatibilidad entre tejidos humanos y electrodos varía
en función de cada sujeto. El material de los componentes
puede deteriorase con el paso del tiempo. Pero la línea
de investigación del doctor Todd Kuiken avanza. La
semana pasada, la publicación científica The
Lancet anunciaba que el brazo de Claudia Mitchell, la ex marine
de 26 años, podrá incorporar el tacto. Un nuevo
avance: la información no viaja sólo en una
dirección, de la mente del paciente al objeto que agarra.
También hace el viaje de vuelta. El objeto está
frío, el paciente lo detecta. Un avance que ilumina
el futuro de personas como Juan José Ureña.
¡Ñññññ!
Suena el movimiento del brazo de un robot. Juan José,
ex mecánico, de 30 años, explica cómo
funciona su brazo mioeléctrico en una sala del madrileño
centro Fisiortam, especializado en la rehabilitación
de amputados. Su brazo es uno de los más modernos disponibles
hoy por hoy en el mercado español. "Hago tríceps
y abro la mano". ¡Ññññññ!
"Tensando el bíceps, la cierro. Moviendo el hombro,
bloqueo y desbloqueo el codo". ¡Ññññ!
Lleva una prótesis híbrida: la parte del codo
es mecánica, como las antiguas prótesis; la
de la mano es mioeléctrica, es decir, lleva un motor
y le permite hacer el movimiento de la pinza. O sea, agarrar
un tenedor, un yogur. O llevar la bolsa de la compra y poder
hablar a la vez por el móvil.
El
accidente de moto no le supuso la pérdida del trabajo.
Tuvo que dejar el taller, sí, y ponerse con labores
administrativas, que le gustan menos; pero siguió cobrando
todos los meses, lo que le permitió pagarse los 24.000
euros que cuesta su prótesis.
El
día en que de pronto se vio sin brazo por culpa de
aquel quitamiedos, enseguida acudió a su mente la mano
de Luke Skywalker. Luego llegó la realidad de las prótesis
disponibles. Entre las líneas de investigación
y el mercado hay un auténtico abismo.
La
nueva comunidad
El
sol de invierno golpea las paredes rosadas de Polo de Sant'Anna,
el lugar donde se gesta la cyberhand, un islote de conocimiento
en medio del polígono industrial de Pontedera, a 20
minutos en tren de Pisa. Un enorme depósito gris de
agua con el logo de Piaggio preside este espacio, ubicado
en pleno bastión de la mítica marca de motos
italiana. Aquí acuden cada día más de
cien profesionales de la informática, la robótica
y la ingeniería a inventar. Quince de ellos, dedicados
a los proyectos de Neurobotics, programa financiado por la
Unión Europea con 5.640.000 euros.
La
cyberhand pretende ser una mano que siente. Con control, en
vez de fuerza. Capaz de detectar la temperatura. Con sus cinco
dedos móviles, es capaz de agarrar un vaso de plástico
con delicadeza y, según éste se va llenando
de agua, la mano redistribuye la fuerza entre los dedos para
adaptarse al nuevo peso. Con todo lo sofisticada y perfecta
que parece, aún queda a años luz de una mano
real: tendrá 53 sensores táctiles, frente a
los 17.000 de que consta una de verdad.
Al
frente de Neurobotics se encuentra uno de los grandes popes
de lo biónico, el profesor Paolo Darío, un hombre
a una maleta pegado, conferenciante ilustre y global; un visionario
cuyo sueño es que el Polo de Sant'Anna acabe siendo
un lugar poblado por humanos, animales y humanoides. No va
por mal camino: 1. Las piscinas para lampreas y pulpos ya
están en fase de montaje (el estudio del sistema neurológico
de la lamprea, similar a la anguila, permitirá diseñar
robots más flexibles, muy útiles para futuras
piernas biónicas). 2. Hay tres humanoides en construcción,
uno de ellos, Wabian, un robot que caminará como un
humano.
A
sus 55 años, Darío está desarrollando
una nueva generación de robots que se podrán
controlar con la mente. "El robot tiene que tener con
el hombre una relación similar a la del perro: está
entregado a su dueño, nunca le hace daño, le
salva si es preciso. Y es inteligente, pero tampoco demasiado",
explica entre risas. Acaricia sus blancos cabellos hacia atrás
y proclama que estamos en un momento clave: hay infraestructura
y tecnología. La neurociencia, la nanotecnología
y la robótica están maduras. "Los nuevos
robots deben interactuar con nuestro cerebro, y tienen que
ser diseñados gracias al encuentro de distintas comunidades
de investigadores. En Neurobotics estamos poniendo los cimientos
para el nacimiento de una nueva comunidad científica".
La
puerta del cerebro
Al
otro lado del charco, en la Universidad Brown, en Providence
(Rhode Island, EE UU)se encuentra otro gran pope del universo
biónico, John Donoghue. "El vicepresidente de
Estados Unidos de América es un hombre biónico",
espeta, con un par, en conversación telefónica
transatlántica. Es la manera que tiene este neurólogo
norteamericano de expresar que lo biónico ya es una
realidad. Más adelante nos lo explica.
Imaginemos
por un momento lo que supone para una persona que no puede
ni hablar, ni andar, ni mover un brazo, poder abrir su e-mail
y comunicarse con el mundo. Pensar en accionar un brazo robótico
y que éste se mueva. Poner en funcionamiento por sí
solo la silla de ruedas. Pues eso ha podido hacer Matthew
Naggle, de 26 años, de Massachusetts, tetrapléjico
tras recibir una puñalada en el cuello en una pelea
en la playa, en 2001. Su milagro es fruto de la visión
de John Donoghue, cuyo proyecto, el Braingate (la puerta del
cerebro) es tan revolucionario como polémico: se basa
en la implantación de un chip en el cerebro. Un chip
del tamaño de una aspirina. Un chip que, dicen sus
críticos, abre la puerta para un futuro control de
las voluntades del individuo.
El
Braingate viene a ser "una especie de segunda espina
dorsal". Las señales cerebrales (las órdenes)
se captan mediante el chip. De la cabeza salen unos cables
conectados a la computadora, que procesa la información
y devuelve la señal al músculo. Un dispositivo
aparatoso, sí, pero que en el futuro será sin
cables y se controlará con una caja del tamaño
de un teléfono móvil, asegura Donoghue. Cuatro
pacientes paralíticos han probado ya su Braingate.
"Los cuatro han recuperado algún nivel de control".
El
vicepresidente Dick Cheney lleva un desfibrilador cardioversor
implantable, un dispositivo que se implanta en el pecho y
que permite detectar arritmias cardiacas y enviar una señal
eléctrica para evitar un ataque al corazón.
Es decir, al igual que el Braingate, explica Donoghue, se
trata de un dispositivo que no sólo estimula, sino
que además es lector: lee la arritmia, envía
la señal. "El hombre biónico ya está
aquí. Hay dispositivos para el corazón, para
los implantes de cóclea [también llamado caracol,
situado en el oído interno]; hay 30.000 personas enfermas
de párkinson en Estados Unidos cuyos músculos
han dejado de ser rígidos gracias a un electrodo de
cuatro centímetros...". Eso sí, su Braingate,
al estar implantado en el cerebro, despierta ciertas reticencias,
sobre todo en Europa. Paolo Darío, el experto italiano,
dice que sólo es aceptable para casos de tetraplejia.
Todas
estas líneas de investigación dispersas por
el mundo son las que permiten que, al cabo de un tiempo, la
tecnología llegue a los usuarios. El campo de las prótesis
de piernas es uno de los que ya ofrecen hoy soluciones de
vanguardia. Como la C Leg, una pierna futurista que incorpora
un chip que se programa en función del peso y el paso
del paciente y que se recarga cual teléfono móvil.
Son
las cuatro de la tarde en Es Mercadal, un pequeño pueblo
menorquín, y Gabriel Pons horada, subido a su máquina
retroexcavadora, el patio trasero de una vivienda que linda
con el restaurante Las Vegas. Gorra de béisbol, gafas
de diseño, cuerpo de deportista, sonríe y se
remanga el pantalón del chándal para enseñar
su pierna futurista. Cinco niños que están a
los postres de una boda que se celebra en el restaurante vecino
se quedan boquiabiertos. "Ahora sí que soy una
máquina total, ¿eh?", les dice a los niños.
"Es que yo hice Robocop", bromea. Los niños
no saben bien cómo reaccionar. Al señor le falta
una pierna, ¡pero qué pierna más chula
tiene!
Gabriel
pudo morir a los 15 años. Ahora tiene 34, mujer y dos
hijas, pero a punto estuvo de dejarse la vida por culpa de
un turista borracho que arrasó a 180 kilómetros
por hora la moto en la que él iba de paquete. Era la
primera vez que se iba de discotecas con su hermano mayor
y sus amigos.
Su
vida ha sido una carrera a contracorriente, pero siempre tuvo
claro que debía salir adelante y trabajar para llevar
la mejor pierna posible. "Yo el Mercedes lo llevo aquí",
dice golpeando su muslo izquierdo. Se compró la primera
C Leg hace seis años. Este tipo de prótesis
puede costar 21.000 euros (3,5 millones de pesetas). "Es
increíble, en Alemania, a un amputado, esto se lo paga
la Seguridad Social", dice. En España sólo
se cubre lo que Mari Luz del Río, ex jugadora de baloncesto
y vicepresidenta de la asociación de amputados Adampi,
describe como "una pata de palo". Hay 37.296 personas
amputadas en España: 30.730 son hombres, 6.566 son
mujeres. Algo menos del 5% de la población entre los
6 y los 64 años tiene algún tipo de discapacidad.
Con
su prótesis, Gabriel puede montar en bici, jugar al
pimpón, hacer footing. Le gusta ir en pantalón
corto para que se vea la pierna: "Es más espectacular,
vas por la calle y todo el mundo te mira. '¡Hala, un
robot!".
Eugenio,
el mecánico de las excavadoras de su empresa, dice
que el día que se desprenda de ella, espera que se
la regale para poder desmontarla.
Irene
Villa es otra de las personas que han accedido a lo más
puntero de entre lo realmente accesible hoy día. El
verano pasado viajó a Suecia para someterse a una oseointegración,
intervención quirúrgica con la que se consigue
que la prótesis quede agarrada al hueso por medio de
un tornillo de titanio.
La
joven madrileña, víctima de un atentado de ETA
en 1991 que le segó las dos piernas y tres dedos de
la mano izquierda, está feliz. "Me ha aportado
mucha calidad de vida. Yo soy muy bailonga, y antes salía
una noche de marcha y el domingo lo hipotecaba por los dolores
que produce el encaje
.
Ahora, ni me entero". No le gusta hablar demasiado del
tema porque sabe que hay mucha gente que no puede permitirse
una operación que cuesta 70.000 euros, pero la recomienda.
"Ahora puedo llevar pantalones ajustados. Después
de 15 años, por fin tengo el culo en su sitio. Hay
gente que me dice que cómo me puede importar tanto
eso, si lo que me faltan son las piernas; pero para mí
es muy importante, aunque sólo sea una cuestión
estética".
Irene
Villa asiste maravillada a los progresos que se están
dando en el campo de lo biónico. "La ciencia está
para eso. Esas investigaciones me parecen magia, en eso hay
que invertir y no en bombas".
Devolver
la vista al ciego. ¿Pura magia? En septiembre, la Bionic
Eye Foundation de Sidney presentó su ojo biónico:
se implantan unos pequeños electrodos en la superficie
del ojo; una minicámara de vídeo adaptada a
unas gafas capta imágenes y las transmite a los electrodos
vía ordenador; los electrodos estimulan la retina y
mandan su señal a la zona del cerebro que controla
la vista. ¿Eureka? Pues, más o menos. Porque
el paciente de hecho no ve, sólo recibe flases. Eso
sí, tiene una visión funcional que le permite
sortear obstáculos en una habitación, dicen.
"Hacer
un ojo es posible, pero no es suficiente. Lo importante es
que el ojo pueda hablar con el cerebro", dice Álvaro
Pascual Leone, neurólogo valenciano, de 46 años
y director del Centro de Estimulación Cerebral de Harvard.
Las nuevas líneas de investigación se centran
ahora no tanto en crear un ojo, sino en reeducar al cerebro.
Que vea escuchando. Se convierte la imagen (captada por la
minicámara de las gafas) en un sonido. La parte del
cerebro destinada a la visión interpreta ese sonido
visual de modo que el paciente ve gracias al sonido.
En
la Universidad de Montreal (Canadá) se apuesta por
una línea paralela, colocando una placa en la lengua
del paciente. En este caso, vería gracias a la lengua,
en vez de al oído. Pura magia La capacidad del hombre
por reconstruirse a sí mismo no se detiene.
La segunda Viagra
ESPAÑA
NO ESTÁ AL MARGEN de todos estos avances. El Instituto
Guttmann de Barcelona está implantando a día
de hoy un dispositivo que permite paliar la incontinencia
urinaria de parapléjicos: dos cables que, conectados
a las salidas nerviosas de la médula, van a los músculos
que contraen la vejiga. Y no sólo permiten al paciente
elegir el momento de orinar en vez de hacérselo encima.
Además, le devuelven la salud sexual y le permiten
conseguir una erección. "Es una segunda Viagra",
proclama José María Tormos, coordinador de investigación
del Instituto. El Sars, implantado por el doctor Borau en
150 pacientes, ha conseguido un 95% de éxitos. El Instituto
Guttmann tiene dosprogramas más en marcha: unas fundas
para las piernas, unos pantalones que andan solos para personas
con lesión medular; y un dispositivo de estimulación
magnética transcraneal, unos electrodos que estimulan
zonas de la corteza cerebral y que tienen aplicaciones en
la luchacontra la depresión.
Saludos Cordiales
Dr. José Manuel Ferrer Guerra
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