Fernando
Pascual
Nuestra
vida corre veloz, va de un lado para otro. Hay momentos en
los que se asemeja a una montaña tranquila: todo ocupa
su lugar, nada da muestras de querer cambiar. Otros instantes
somos arrastrados de un sitio para otro, como el viento, hasta
el punto que creemos que en cualquier instante se va a romper
nuestro frágil equilibrio interior y saltará
en mil pedazos el cristal que dibuja nuestra imagen ante los
demás y ante nosotros mismos.
Para
lograr el deseado equilibrio interior, para ser maduros y
serenos, tenemos dos caminos: uno es el compromiso. Otro es
el amor. O, si juntamos las dos cosas, sólo adquirimos
estabilidad cuando nos comprometemos en el amor, o cuando
amamos hasta llegar a compromisos sinceros.
Vivimos
en un mundo en el que todo pasa con velocidad creciente: hoy
dos jóvenes dicen amarse y mañana ni se saludan
cuando se cruzan por la calle; dos adultos inician el proceso
de divorcio para separar unas vidas que hace años habían
unido en un amor que se prometieron "hasta la muerte"...
Pero
es posible otro modo de vivir, es posible una entrega verdadera,
es posible el amor comprometido.
Cada
amor comprometido arraiga la existencia de un hombre o de
una mujer hasta convertirlos en algo que dura. Será
entonces como un árbol añejo, que está
allí, a merced del viento, de la lluvia, del granizo
o de la contaminación. El árbol grita al cielo
que durará mientras sea lo que es, mientras pueda seguir
luchando, día a día, contra la sequía,
contra el abandono, contra el hacha que le roba algunas ramas
para alimentar el fuego de un hogar.
Lo
hermoso es llegar a un compromiso precisamente cuando uno
sabe que puede tomarlo o dejarlo. Una vez que se ha hecho
la decisión, el compromiso marca en profundidad toda
la vida.
Así debería ser cualquier matrimonio, así
debería ser cualquier amistad, así debería
ser cualquier profesión que implique un servicio a
la sociedad.
El
hecho de que el compromiso sea algo hermoso no quita el que
sea también difícil. Pero lo que vale cuesta.
No sólo cuando se trata de comprar un diamante. La
amistad, el amor verdadero, el compromiso de entrega a los
demás, no se puede comprar con todo el oro del mundo.
Los corazones no se venden sin permiso, aunque haya quien
venda su corazón por un puñado de placer.
Es
importante que no nos arrastren las aguas, ni nos lleve el
viento, ni se nos pudran las raíces. Un amor comprometido
y fresco puede vencer cualquier dificultad: puede tocar lo
eterno ya en este mundo.
Enviado
por Graciela E. Prepelitchi
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